Llegaron
por el aire. Mientras, yo circulaba a paso ligero de camino a casa
después de una breve caminata por la colina, bordeando la ribera
iridiscente. Cercana ya la alameda, al punto que se veía el diminuto
islote de caseríos de piedra que era La Segur, lo ví. Revoloteaba
por el aire, armado con su solemne tamboril de cabra y el flautín de
tres agujeros, que le servía de batuta forjadora de rayos. Entonces,
sin quererlo ni esperarlo, me fulminó una centella inerte en el
horizonte que me infundió vida. Escruté detenidamente aquel ser,
subido en su atril de nubes tiernas, que juzgaba a sus paisanos
atemorizados e incendiaba las casas de los inocentes. Hasta que
giróse de su trono inalcanzable y me observó. De sus pequeños
labios surgió una vieja sonrisa, de sus ojos un candor familiar.
Ante aquel panorama dantesco, reconocí que era mi abuelo,
bienconocido como El Mozo, en sus horas de trabajo como duendecillo.
Aquel funesto chispazo me había azorado el habla, mas con la señal
de ''Vamos abuelo que anochece'' (que conjuré ayudado por el brazo),
el abuelo, contemplativo de su obra, bajó de los cielos hasta llegar
a mi lado en tierra. Bajé junto a él la colina recitándole los
últimos versos que había escrito, antes de que llegáramos a casa y
cenáramos con toda la familia.
Texto de Jordi Rodríguez Serras.
Publicado en lapiedraquehoradalalluvia.blogspot.com el 24 de febrero de 2013.
Sorprenent... i celestial.
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