En los pantanos desolados de la añoranza
añoro mi vida externa, transida por la enfermedad
del amor cristalino y soñador de una sonrisa de piedad
y de amorosa invitación a amar y a la esperanza.
Muerte; nada más que muerte fingida.
Muertas son mis canas, frío es mi corazón doliente;
de los adúlteros enamorados a contracorriente
se demora sin parar la tempestad enardecida.
¡Por la sin presencia del espejo de la verdad!
Ilustración: Río de almas (c.1900), de Hermann Obrist.
Texto de Jordi Rodríguez Serras.
¡Dichosos mis ojos! ¡Hay rima en este poema! ¡Y la métrica no debe andar lejos ya! En cuanto a tus palabras, ten en cuenta que la verdad, por cristalina y diáfana que pueda ser, a menudo desata tempestades de incontrolables consecuencias. A veces es mejor una manta al hombro y guarecerse en los enramados laberintos de la hipocresía. Qué seguros son, y qué tristes.
ResponderEliminarCiertamente, qué tristes. Leí este poema hace días y no pude evitar ver mi Ego de cortos dieciséis años. Me he dado cuenta de cuánto he sentido y querido desde entonces hasta hoy. Y he crecido.
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