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sábado, 4 de febrero de 2012

Al escuchar un delirante trueno · Primer estigma


~Es una antigua historia que resulta siempre nueva~
        Heinrich Heine (Düsseldorf, 1797 - París, 1856)

Al escuchar el suave rostro de la brisa,
la mirada me atraía una simple roca,
y allí estaba ella, sola, con sus ojos removiendo
pétalos en la arena.

Al escuchar el inocente sonido de sus labios,
cabeceaban sin saberlo mis cabellos erizados hacia ella,
como si respondiesen ante un conjuro.


Será que fuere una maga escondida por los frutos
y el colorete de sus mejillas,
pero era la amada por la que mis versos suspirarían.

Mis ojos se unían con el viento, buscándola.
Era rápida y persistente, por eso huía
hacia los refugios secos de lo prohibido.

Y yo, cada vez más descarnado por sus briznas
llegaba al claro de un bosque lluvioso,
con los huesos de mis piernas hechos membrillo.

Mi mente se perdía ante el hechizo
revolvente del rayo.
Sentí que estaba cada vez más perdido y ella más alta.
A cierto tiempo lograba ver que la providencia iluminaba las gotas
y ella apareció junto conmigo.

De noche, mis ojos refulgían el claro sereno
y notaba el calor de sus manos desnudas.
El frío fusionaba la carne con cada gemido,
y ella se alteraba ante mi asombro.

Al escuchar su leve tamborileo, la tierra comenzaba
sus devaneos crueles y nuestra ciencia
se volvía infinita,
dándonos a cambio el cálido aire de un corcel.

Y cuando los astros lejanos se acercaban a nuestros cuerpos
y la luna nos oscurecía con sus mieles, se fue.


Texto de Jordi Rodríguez Serras.




1 comentario:

  1. Ja arribarà el dia on, com el teu gatet arraulit als teus braços, recolliràs i acolliràs tot el que has anant impregnant.
    Molta sort!
    Sandra

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